Es cierto que las lenguas cambian, y es lícito y loable que lo hagan cuando aportan novedades o creaciones poéticas o expresivas. Lo que nunca debe aceptarse sin más es la pérdida de significado sin obtener nada a cambio: ni precisión, ni variedad, ni belleza.
Ese es el caso del uso abusivo de escuchar en lugar de oír. Un caso de imprecisión que, como muchos otros, quizá no proceda de ignorancia o dejadez, sino de pedantería.
Hay una cierta tendencia a considerar más cultas las palabras largas y a dar de lado las cortas y quizá sea ese «prestigio de la longitud» la causa de que el breve oír vaya quedando relegado al habla de los que consideran que la supresión de matices significativos no aporta nada y puede traer algún problema.
El español posee dos verbos (procedentes de los latinos audire y auscultare) con significados diferentes: oír y escuchar. Según indica el Diccionario de la lengua española de la Real Academia oír significa ‘percibir con el oído los sonidos’ y escuchar ‘aplicar el oído para oír, prestar atención a lo que se oye’.
Para oír no se requiere la voluntad, para escuchar sí. Para no oír hay que taparse las orejas, para no escuchar basta no prestar atención, pensar en otra cosa. Para oír es suficiente un oído sano y un sonido perceptible, para escuchar se necesita premeditación.
En muchas ocasiones se dice con la más inocente intención:
No te escucho. Cuando, probablemente, lo que se pretende decir es que no se percibe bien el sonido, sin tener en cuenta que, No te escucho significa: ‘no quiero oír lo que dices’, ‘no me interesa saber qué quieres comunicarme’, ‘no deseo poner atención en tus palabras... no existes para mí’. Sería más claro, e infinitamente más educado, decir: No te oigo.
Veamos otros ejemplos del uso indebido del verbo escuchar:
*La cinta estaba estropeada y no se escuchaba la grabación.
*De pronto escuché un ruido ensordecedor.
*Habla más alto, que no te escucho.
*De pronto escuché un ruido ensordecedor.
*Habla más alto, que no te escucho.
En el primer ejemplo, se supone que quien habla tenía intención de escuchar, el problema es que la grabación no se oía bien.
En el segundo ejemplo, se supone que a la persona le pilla el ruido por sorpresa, por lo tanto no puede tener su atención preparada para escuchar pero sí puede oír el estruendo inesperado.
En el tercer ejemplo, si alguien no escucha, da igual lo alto que hable la otra persona... si lo que sucede es que no oye porque la otra persona habla muy bajito, entonces sí que tiene sentido pedirle que suba la voz:
Las formas correctas serían:
La cinta estaba estropeada y no se oía la grabación.
De pronto, oí un ruido ensordecedor.
Habla más alto que no te oigo.
A menudo, en un acto público, el conferenciante duda sobre la potencia de su voz o la eficacia del micrófono y pregunta:
¿Se me escucha bien?
En ese caso, la respuesta del público entregado podría perfectamente ser: Escucharse se escucha, pero lo que es oír... ¡no se oye nada!, porque escuchar depende de la voluntad de las personas y oír de la calidad del oído o la acústica del local.
¿Se me escucha bien?
En ese caso, la respuesta del público entregado podría perfectamente ser: Escucharse se escucha, pero lo que es oír... ¡no se oye nada!, porque escuchar depende de la voluntad de las personas y oír de la calidad del oído o la acústica del local.
Utilizar correctamente los verbos no es una cuestión de extremado gusto por la precisión o purismo exagerado sino de claridad de la información
fuente: Instituto Cervantes-Museo dos horrores
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